La vida en las urbes es intensa. Es adictiva. Es única. Y el mero hecho de haber sido criado en el propio seno de ésta selva voluminosa y luminosa, nos hace únicos a nosotros también. Y digo nos, porque acá estoy, acá estuve, y probablemente acá estaré, eterno enamorado de los misterios de una ciudad que acobija otros millones como yo. Nos hace únicos porque nos absorbe, nos adapta, nos moldea. Nos imprime su sello distintivo.
La
formación psicológica, de mayor preponderancia en tiempos de la infancia, es
amasada cual pequeño trozo de cerámica para desembocar en un status psíquico
propio de las megalópolis, prototipo psicológico que discierne seriamente de su
par humano del interior, campo, pueblo, o incluso ciudad pequeña. Es que el
fenómeno megalópolis, palabra que me atrae, es un caso aparte. Es algo
especial. No aplica en ningún otro ámbito, ni siquiera en una ciudad de menor
calibre demográfico. Solamente un 7.18%
de la población mundial vive en estas macro aglomeraciones. El caso
megalópolis, entonces, es el caso megalópolis.
El haber
nacido bajo este ambiente, entonces, reitero, nos hace únicos. Crecemos tomando
parámetros de lo que nos rodea. Más allá del entorno familiar, que es en
definitiva el impulsor mayoritario de nuestro ser en el futuro cercano, el
ambiente, a veces menospreciado, le da su retoque mágico distintivo. Su legado.
Y la ciudad es más que un ambiente. Es un ecosistema. Adoptamos sus costumbres,
sus ritmos, sus estructuras. Las afianzamos tan fervorosamente que quedan
marcadas en lo más profundo de nuestra mente, y, como es sabido, son esas
estructuras tan intrínsecamente adheridas las más difíciles de cambiar, de
resignar.
En las
grandes ciudades, léase nuestra Santa María, se presenta un fenómeno que tal
vez sólo comparando con alguien del interior se pueda identificar. Es que me
pasé bastante tiempo estudiando y analizando, casi instintivamente, costumbres
de gente que no es de acá, que no está contaminada por éste universo extraño y
fascinante, para definir las mías y las tuyas, que sí somos de por aquí.
El hombre
de ciudad es inseguro, en lo más profundo de su ser. Especifico terminantemente
en lo más profundo porque mucha gente, en un accionar de inseguridad aún más
severa, pretenderá ocultarla bajo una faceta creada artificialmente por su
psiquis, para mostrarse , a razón de una inaceptación evidente del propio ser,
alguien seguro, alguien temerario.
Nacemos en
el anonimato. Nos arrojan en este mundo, diría un pelilargo Morrison, sin una
marca de identidad individual. Y es en función del comportamiento colectivo de
estas grandes urbes que tratamos de definir, muchas veces en vano, nuestra
propia identidad natural, única e irrepetible.
La noción de individualidad pierde su fuerza, se desvanece entre las
pinceladas de un órgano colectivo inalterable. Nuestro nombre, nuestra razón de
ser, es masificado. Y la gama de diferencias
que hacen a cada hombre lo que es se cercena casi por inercia.
Todas estas
cualidades generan el propio anonimato. Nos cuesta, a nosotros pobladores
urbanos, definir quienes somos y que es lo que vinimos a hacer en este suelo. O
al menos a mí, para ser franco y poco generalizador. Y es en esta desesperación
producto de la falta de esencia propia que buscamos sobresalir, que queremos
resaltar, que necesitamos el reconocimiento de la misma masa colectiva cuya
naturalidad nos ha arrebatado sin piedad como consecuencia del solo funcionar
de sus engranajes, su mecanismo inexorable.
Y es en esa
necesidad inminente de lograr la sustancia individual dónde irresponsablemente
dejamos de lado nuestras cualidades de hermandad para dar lugar a la más cruel
competencia. Porque somos muchos. Porque somos más que muchos. Y lo que andamos
necesitando es ser alguien, por más que para ser alguien allá que pisotear a
algún otro.
Algo que
destaca la gente del interior, en su éxodo a Buenos Aires, es la inseguridad de
los porteños, creo yo esta vez, a raíz de la escena de desconfianza en la que
nos movemos diariamente. La carencia de una sustancia o esencia, ambos dos
grandes conceptos de Aristóteles, nos quita nuestra fuerza como ser social. Nos
inhibe. ¿Es que cómo podemos estar seguro de algo si ni siquiera estamos
seguros de quién somos?
Y a pesar
de todo y sin embargo, reitero que me encanta vivir donde vivo. Creo que la
búsqueda del ser individual se puede dar en un marco así también, una vez
asimilados las propiedades urbanas que afectan nuestro estar psicológico. Los
comportamientos colectivos nocivos de encasillamiento y masificación. Las
estrategias comerciales, en todos sus canales, que pretenden categorizarnos en
distintos segmentos y potenciar, vía propaganda principalmente, la
materialización de necesidades no necesarias. Intentan definir el parámetro
ideal de ser social urbano, mediante la solidificación de estandartes
colectivos de aceptación que ellos mismos establecen como válidos, y que
atentan contra la propia búsqueda del ser, tratando de convencernos, minuto a
minuto, de que lo “ideal” es actuar como ellos “sugieren”, de manera más que
sutil. Moldean los principios del ser “perfecto” a su gusto. Fomentan la
competencia. Fomentan nuestra necesidad de sobresalir. Nos atacan dónde nos
duele, en lo más profundo de nuestro subconsciente. Y lo explotan. Y se abusan.
Y se aprovechan. Porque les conviene.
Es recién una
vez percibidos estos comportamientos mecanizados, estimo yo, que se da la
oportunidad única de elegir. Y es mediante esa elección, mediante toda
elección, que se va creando el ser. La sustancia. La definición de nuestra
persona. Nos volvemos verdaderamente únicos e irrepetibles cuando logramos en
cierta medida hacer a un lado las influencias que nos avecinan las ciudades
magnánimas y su inexorable minimización de la persona como órgano individual.
Cuando podemos elegir acorde a lo que de verdad queremos y no lo que quieren
para nosotros. Es que elegir, a mi juicio, es ser. Elegir, instintivamente, es vivir.
Las megalópolis de este mundo
3 Seúl, Corea del
Sur 25.300.000
5 Ciudad de
México, México 23.100.000
7 Nueva York, Estados
Unidos 22.000.000
12 Los Ángeles, Estados
Unidos 18.100.000
19 Buenos Aires, Argentina 14.200.000
21 Londres, Reino Unido 13.470.000
24 Río de Janeiro, Brasil 12.600.000